La vida de Gibré

Acabo de barrer lo último que quedaba de gibré en mi vida. Pocos somos los que sabemos lo que eso significa.Cuatro noches de vida. Vida al pie de la 29, llevando el ritmo cardíaco al compás de los redoblantes, tambores y cajas, eliminando la serotonina de a montones, rellenándola con brindis y fotos.
Cuatro lunas y cuatro cielos a quienes rendir homenaje; anclando en el aquí y ahora con pasos, marcando a fondo la historia. La historia de los sin tiempo, sin creencias, sin deberes ni obligaciones. La historia de cientos de años que repite: no somos más que ritmo danzando en el tiempo emancipado.
Paula me peina. Me pide perdón una y otra vez por cada tirón que dá. Tirá nomás, tirá. Romina, recostada en la silla, la luz del celular resalta su maquillaje tempranero. Su actitud relajada genera comentarios de envidia: quién pudiera.
Tablones blancos descascarados, sillas plegables de madera y seis reflectores bajo un techo de chapa que nos aloja a los sintiempo. La tarde se agota y el dj se enciende. Suena Gilda: fuiste mi vida, fuiste mi pasión, fuiste mi verso, mi mejor canción tarareamos. El suelo noche a noche resiste aunque acumula fermento de cerveza antigua. Las paredes sucias y hermosas parecen preguntar por altoparlante como si fuera Jennifer Lopez iniciando su show: ¡¿están listos para esta noche?! y los cuerpos van y vienen como queriendo responder con el movimiento que sí, que sí, que claro que sí. En el andar, según pasan las horas, destilan color: naranja, fucsia, amarillo, azul, verde, lila tornasol. En el conjunto, el aura es un arcoiris.
Ana me dice: Abrí, cerrá, mirá para arriba, mirá para abajo. Yo, cual perro en entrenamiento, obedezco. Esta vez quedaste, wow. Y hace un gesto con la mano abierta de punta a punta mientras recorre su en el aire su cara. De un salto bajo de la mesa para ir al pequeño infierno: pestañas. Pero, dicen, sin pestañas no hay paraíso.
Es completamente de noche y el bullicio creció; nos trasladamos de un lado a otro, en un devenir de cotorras inconformes. Hablamos sin escucharnos: el gibré, el gibré. Ponete aceite. Ok. Correte el corset. ¿Ahí va bien? Perfecto. Se acerca la salida.
Al estado de palabrerío en el aire se suma el repique de los tambores. Calientan el ambiente, enfrían la ansiedad. Los músicos ya están acá.
Ir al baño, prenderse un pucho, comer algo, hidratarse, prepararse: dejo caer mi ropa a un costado. Me toma el azul platinado desde los pies; acomodo con precisión minúscula cada pliegue de mi calza. Desnudo el torso. Alguien me ayuda. Sube mi cierre una hoy, otra mañana. Ajustado el corset, la pollera de bailarina clásica que se pasó a la música dance pero no pudo dejar del todo su pasado atrás. De pronto soy azul, ya soy toda azul. Me miro el rostro, soy una bailarina del Maipo. Me pongo la vincha, soy amiga de Beatriz Salomón, Susana Romero y toda la troup. De cuerpo entero soy algo que no existe o una muñeca extraña y reconocible a la vez. Últimos ajustes: labios naranjas, otro pucho. Rubor, mucho rubor y gibré. Y aceite para el Gibré. Mucho de eso que destapa la vergüenza y trae a eso que seremos sin ser.
Hay que salir a la cancha replicas tag heuer. Nos espera un estadio de fútbol en la calle. Uno sin competencia, ni barras ni faltas ni goles. Acá no hay faltas sino deseo.
Precalentamos de a grupos. Probamos el suelo y el movimiento. Somos un cuerpo que avanza al unísono. Las zapatillas responden perfecto, los gemelos estirados, los brazos firmes. Avanzamos hacia el lugar de partida. La noche mira. Somos 330 almas a la espera de un sonido que dará inicio a esto. La Tota corre por las alas, agita con la caseta, gritamos como aullando. Llamamos a la luna. Gabi avanza entre los pasillos humanos que acabamos de formar mientras choca las manos con nosotros. Otro grito. Silencio, grita adelante Paola.
Silencio.
Durante 28 años, 365 días, más de 20 ensayos, a lo largo de 4 noches y 5 cuadras, en el aire se condensa la nada. En el cuerpo, el fuego. Pasan uno, dos, tres, cuatro segundos. Fito toca el silbato, la vida deja de esperar: El carnaval sucede.
 
foto: Maria Del Rosario Parodi